Las ranunculáceas sueñan. Y el bosque azul gotea, chispea, crujen las hojas secas, que se cayeron hace cien otoños y todavía siguen ahí. Miles de luces brillan en los árboles dorados. Y en los árboles mojados brotan estrellas. La luna rema en el lago. Crecen los nenúfares. Una cigarra toca el violín. El azul nocturno lo llena todo, como una catarata. Constelaciones, planetas, meteoros, hemisferios, globos de luz, mapas del orbe de la tierra, libros y lupas, microscopios, brújulas, manzanilla y otras yerbas se acumulan en los estantes del bosque. Las escamas de los peces del lago son de metal.
Caen lluvias torrenciales y las hojas secas se convierten en barcos. Los cometas atraviesan los pinos, las hayas y los castaños. Alguien pasa por la Vía Láctea. El viento ulula como un búho. Es la hora de las brujas, pero no hay ninguna. Vuelan las luciérnagas de oro sobre las plantas chorreantes. Los grillos se unen al coro, y detrás vienen las lechuzas. La lluvia toca el tambor. Hay tejos que han visto más de mil otoños, y esperan hablando en voz baja. Hay nubes negras y grises, de color naranja y también azul-violeta. Esla hora fría que precede al amanecer, y todavía no hay brujas, ni duendes, ni hadas, ni gnomos. Pero hay setas, setas gigantes como paraguas.
Cada vez llueve más. Hay tréboles de colores y helechos prehistóricos, que se columpian al viento del oeste. Las manzanas parecen piedras rojas y las uvas emiten una luz de color verde y dorado. Las gotas de lluvia explotan al llegar al suelo. El bosque se convirtió en laguna y la laguna en un río. Pero hay un puente de piedra. La humedad se filtra por las rendijas del tiempo. Huele a tierra mojada y a hierba que crece en silencio, a siglos de lluvia y a árboles que desafían las horas, a minutos de musgo y a segundos de hongo, a tambor y a gaita, a madera y a resina.
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