Ayer por la tarde empezaba a llover. Yo iba por una calle repleta de edificios dorados y faroles. El frío mordía y la gente se apresuraba debajo del cielo gris oscuro. Entré por un portón que surgía de repente en medio de la calle y el tiempo empezó a hacer de las suyas. Cómo no, era una exposición de relojes, y bien dijo una poeta que su sonido es un concierto, un concierto de cuerda. No había nadie más viendo la exposición. La lluvia empezó a caer con una fuerza inaudita, y empecé a dar vueltas por una sala llena de recovecos y de relojes, había doscientos, todos marcaban una hora diferente. Pero muchos estaban parados. Quizá habían dejado de funcionar hace mucho tiempo. Vi relojes de bolsillo, relojes enormes colgados en las paredes, relojes de mesa, relojes de péndulo, maquinaria que no supe exactamente qué era, y un despertador de marcha invertida. La mayoría de los relojes eran del siglo XIX y principios del XX, pero había alguno del XVIII. Pues he de decir que lo pasé estupendamente, porque tenía ganas de volver desde hacía años. Aquí dejo un link a una página con muchas fotos de la exposición. Por cierto, cuando salí llovía a mares y no llevaba paraguas.
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