-¿Adónde vamos?
-Es una sorpresa.
-¿Por mi cumpleaños?
-Sí. Te va a encantar.
Las dos hermanas se adentraron en el laberinto de calles grises, entre paraguas, charcos y lluvia.
Felicity, que cumplía ocho años al día siguiente, era mucho menor que Myriam. Por esto, y por otras muchas cosas, tenía un gran cariño y admiración hacia su única hermana.
Ya se oían los truenos. Felicity se arrebujó en su impermeable y Myriam, que estaba empapada, trataba en vano de proteger a la pequeña de la galerna que estaba cayendo.
Se le había olvidado el paraguas.
Veinticuatro años de despistes. Veinticuatro años de sueños, de historias, de ilusión, de música.
Llegaron al edificio. Gente elegante y completamente seca iba entrando con orden.
-¿Vamos al teatro?
-¡Sí! Ahora dame la mano. No me gustaría que te perdieses.
El cartel llamó la atención de Felicity.
-¡Es "El Lago de los Cisnes"! -exclamó llena de alegría, y de un salto le plantó un beso a su hermana mayor.-¡Es el mejor regalo que he tenido en toda mi vida! ¡Vamos a ver un ballet!
-Y el mejor que existe, además.
Un hombre severo cogió las entradas que le tendía Myriam y rompió un trocito.
Dentro del teatro había una multitud que se movía muy lentamente.
-A este paso no llegaremos nunca a nuestros sitios.
-Shh.
Demasiado tarde. El hombre que estaba subiendo las escaleras se dio la vuelta y las miró reprobatoriamente.
Desde luego, no encajaban nada bien allí. Felicity, con su impermeable rojo, aún con la capucha calada, parecía una Caperucita perdida. El pelo negro y mojado de Myriam caía desordenadamente sobre su ojos azules, y su chaqueta de cuero hubiese sido muy adecuada para un concierto de rock, pero no en el teatro. Además, la chica iba dejando un rastro de gotitas de agua por todas partes.
Ella le devolvió la mirada con determinación. No se dio cuenta de que el hombre la había reconocido. No. Myriam era una persona despistada, un sabio en las nubes. Felicity, sin embargo, supo que algo no marchaba bien y apretó el brazo de su hermana significativamente.
-Ese hombre...Si esto fuera una historia de detectives, sería sospechoso.
Myriam rió.
Subieron otro piso más, y otro.
-¿Vamos arriba del todo? ¡Genial!
-No se llama "arriba del todo", Felicity. Es el Anfiteatro. Y aunque el escenario se ve lejos, disfrutas de una panorámica excelente y casi, casi, te puedes sentar en la gran lámpara del techo.
Myriam sabía inventar historias. La lámpara mágica... Siempre había soñado con sentarse en ella algún día. Aunque aquél era un motivo, la razón más poderosa por la que había sacado las entradas de Anfiteatro era el dinero del que disponía. Había empezado a trabajar hacía poco y su economía no era aún muy floreciente.
A pesar de todo, Felicity se mostró totalmente de acuerdo, aunque manifestó su pena por perderse los detalles de lo que iba a ocurrir allá abajo.
-No te preocupes, tengo algo para ti. Es justo lo que necesitamos.
Dicho esto, sacó de los profundos bolsillos de su chaqueta sendos pares de prismáticos, y le tendió uno.
-Sólo te pido que no los estropees. Es el único par que tengo.
-¿Y el otro?
-Es de papá.
-¿Crees que me los regalará cuando sea mayor?
-Puede ser.
Mientras Myriam instruía a Felicity en el uso de los binoculares para que pudiese disfrutar del ballet, la lámpara comenzó a apagarse. Felicity le tiró de la manga y se sentaron precipitadamente en el lugar que les correspondía.
Debajo se vislumbraba todo el patio lleno de cabezas de personas, las filas de asientos a diferentes alturas, el enorme telón rojo.
La gran lámpara y todas las demás luces se apagaron.
La orquesta, desde el foso, comenzó a tocar la música de Tchaikovsky.
(Esta historia se ha publicado en la web oficial de Cornelia Funke)
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